Pocos colombianos tienen la autoridad moral para gritar a toda voz esa realidad y desde un puerto alpino cuya altura es la mitad de nuestro legendario paso de la Línea (3265msnm). Cuántas veces no habrá Nairo escalado La Linea y todo el resto de montañas y valles de nuestra arrugada geografía nacional. Él sí sabe lo que dice.
Ese joven que representa la disciplina, el esfuerzo y la perseverancia de nuestros campesinos le dijo al mundo una gran verdad: ni Colombia es un país de violentos, ni está en guerra. La ‘comunidad internacional’ debió tomar en broma esa afirmación. “Ah!, eso es producto del entusiasmo de quien culmina una gran gesta, es una emoción pasajera…” –dirían para sus adentros algunos integrantes de esa ‘comunidad’–.
Nos encontramos en uno de los momentos más complejos de nuestra historia política. Veamos porqué. El narcotráfico irrumpió en la economía del país hace ya tres décadas; se infiltró en instituciones del Estado, en algunas empresas económicas, en grupos paramilitares, en partidos y facciones políticas y, quién iba pensarlo, en los hasta entonces, adalides de la justicia social: los grupos ‘alzados en armas’ o facciones guerrilleras.
Las distintas formas en que estos grupos violentos se han transformado, asociado y hasta combatido semeja las figuras de los juegos de ‘transformers’. Figuras, las más de las veces soeces, que se contorsionan para pasar de ser un robot a una avión de combate o tanque de guerra. En fin, mecanismos todos al servicio de la violencia.
De ahí que el vocabulario popular, siempre lleno de gran sabiduría, se refiera a esas diversas agrupaciones como ‘capos’, ‘sapos’, ‘autodefensas’, ‘paramilitares’, ‘parapolíticos’, ‘narcoguerrilleros’, ‘narcoterroristas’. Y claro, según sea el gobierno de turno, que en la historia política de nuestro país siempre se ingenia alguna forma de ‘negociar’ la ‘paz’, deba entonces inventar nombres sutiles que justifiquen su acción conciliadora.
En menos de una década pasamos de “Mano Firme, Corazón Grande” a “La Paz o la Guerra” y claro como no se puede negociar con ‘narcoguerrilla’ o ‘narcoterroristas’ o simplemente ‘terroristas’, entonces hay que referirse a estos ahora como ‘alzados en armas’ y ‘conflicto armado’.
Digo, entonces, que nos encontramos en uno de nuestros momentos más complejos de nuestra historia política, ya que la campaña por desinformar a los ciudadanos ha sido grotesca, por decir lo menos. Pequeño servicio, el que viene prestando el periodismo en el país, al haber tomado partido. “Ni santismo, ni uribismo, sino periodismo” abogaba Juan Gossain hace pocas semanas. Pequeño servicio el que han prestado los dos últimos gobiernos al desinstitucionalizar la justicia, y el actual, además, a desmoralizar a las fuerzas armadas.
Los 50.000 violentos (léase ‘narcos adjetivados’) unos que prefieren permanecer en el anonimato y otros que luchan por ocupar los titulares de los medios de comunicación con acciones terroristas, habrán nacido en el país, sí, pero no nos representan. Son los Nairo Quintana los que, en cambio, le dicen al mundo, no con demagogia, sino con hechos de lo que somos capaces los colombianos.
Junio 9, 2014