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En épocas tribales el poder se centralizaba en una o muy pocas personas. El jefe de la tribu decidía sobre todos los aspectos de la comunidad y solo por la fuerza era sustituido en vida. La eficacia de su liderazgo dependía en gran medida de la obediencia y sometimiento de la población bajo su jurisdicción.
En el otro extremo están las comunidades abiertas y libres, donde las decisiones no están en una o en muy pocas cabezas, donde prosperan instituciones políticas intermedias que arbitran en la solución de conflictos y que contribuyen vitalmente en el diseño e implementación de una multiplicidad de acciones colectivas.
Estas instituciones intermedias pueden ser de carácter público, privado o mixto. Van desde gobiernos locales y regionales hasta organizaciones de inspiración religiosa o con fines no gubernamentales, así como asociaciones gremiales o dirigidas al abordaje de temas que inquietan a los miembros de una comunidad.
El interesante ejemplo de Suiza
Quizás el mejor ejemplo actual de un país que ha superado la etapa de los liderazgos de tipo caudillista es Suiza. Pocos en el exterior saben quién es el que lleva la batuta del gobierno. Se trata de un país con hondas raíces federales. El país está dividido en 26 cantones que poseen una gran autonomía en el manejo de distintas áreas como en el caso de la educación, la salud, la construcción y la policía.
Los asuntos nacionales de Suiza, los que trascienden los intereses locales y regionales, son decididos por un Consejo Federal de siete miembros que funciona por el sistema de colegialidad y en donde el Presidente del país es elegido por la Asamblea Federal por un mandato de un año entre los más antiguos del Consejo. Es decir, el Presidente es apenas un primus inter pares que representa el país, pero que no tiene más poder que los otros siete miembros.
Nadie puede poner en duda el alto nivel de cultura política imperante en Suiza, ni puede decir que sus diferencias no son resueltas en forma pacífica y civilizada. Es sin duda un caso que demuestra que se puede gobernar sin liderazgos fuertes, sin liderazgos caudillistas de gran calado.
Relaciones de dependencia que deben superarse
Sería iluso pensar que el ejemplo de Suiza se puede replicar en otros países y comunidades con circunstancias geográficas y trayectorias históricas y culturales muy diferentes. Bien se sabe de las funestas consecuencias cuando se intenta trasplantar o replicar instituciones en una comunidad cuando ellas son extrañas y contrarias a sus tradiciones y costumbres políticas.
Por ejemplo, todavía está inmerso en la psiquis popular en muchas comunidades la añoranza por liderazgos caudillistas, similares a los que se daban en arreglos institucionales tribales. La implantación de la noche a la mañana en estas comunidades de sistemas descentralizados y colegiados de gobierno no es mas que una quimera. Ni gobernantes ni gobernados modificarán las prácticas con las cuales están familiarizados. Sencillamente no saben cómo hacer política en forma distinta.
Pero lo anterior no impide preguntarse si las relaciones caudillos–masas son las deseables cuando lo que se busca es extender las libertades individuales y consolidar avances económicos y culturales. La tesis que aquí se expone es la de que el destete de las peyorativamente llamadas “masas” de sus relaciones de dependencia con caudillos y liderazgos fuertes es un gran paso en la dirección correcta en términos de madurez y civilización política.
Lo que determina el progreso de una comunidad es el espíritu de independencia y auto gestión de sus miembros, lo que va en contravía de la creencia de que sus destinos están estrechamente ligados a la voluntad de un líder o de quienes dirigen un gobierno. Aunque existen circunstancias muy especiales, como en el caso de guerras o de grandes catástrofes naturales, en donde se hacen imprescindibles liderazgos fuertes, en la mayoría de los casos lo que se requiere es que florezcan las iniciativas de los individuos y las de sus más cercanas ordenaciones.
Retroceso atribuible a las ideas socialistas de gobierno
Un obstáculo para avanzar hacia una mayor auto determinación de individuos y sus familias ha sido la proliferación de funciones de los gobiernos en épocas recientes, especialmente a partir de las guerras del Siglo XX y del surgimiento de los “estados de bienestar” en la segunda mitad de ese siglo y en los primeros años del Siglo XXI.
Es apenas evidente que a medida que avanza económicamente una comunidad, se acrecienta la capacidad para proveer a la generalidad de sus miembros de unos servicios mínimos en áreas críticas como la educación y la salud. Pero de ahí a decir que los gobiernos deben involucrarse en todas las áreas, y que su acción debe abarcar más de lo mínimo, hay un largo trecho.
Los líderes políticos de las últimas décadas se han dado a la tarea de hacerle creer a las poblaciones que los gobiernos son quienes deben resolverles sus problemas fundamentales. Que están ahí para velar para que todas sus necesidades sean satisfechas. Que sin ellos no hay futuro. La propuesta socialista según la cual los gobiernos deben intervenir “en todo y con todo” es la que han acogido en mayor o menor grado las agrupaciones políticas más representativas.
Se pensaría que a medida que progresa económicamente una comunidad, a medida que aumentan los niveles culturales, a medida que se acrecientan los medios a disposición de los individuos y sus familias, a medida que se enriquecen las instancias intermedias de la vida comunitaria, tienden a perder relevancia instancias consideradas como “superiores”, tal como es el caso de los gobiernos nacionales o centrales.
Sin embargo, eso no es lo que ha sucedido en estos últimos tiempos. Al contrario, entre mayor la riqueza de comunidades y países, mayores los niveles de expoliación a través de impuestos por parte de los gobiernos, así como más asfixiante su intervencionismo en lo divino y lo humano. Y ello ha sido el resultado de una incesante propaganda por parte de políticos y sus acólitos, incluidos los sindicatos oficiales, dirigida a hacerle creer a la población que sin ellos no hay futuro.
Anacronismo de los liderazgos fuertes y sus burocracias
Con el avance económico y el surgimiento de tecnologías que les proporcionan a los individuos los medios para satisfacer sus necesidades más apremiantes, con la superación de miedos ancestrales y de formas de vida tribales e incultas, se pensaría que los caudillos se volverían anacrónicos, al igual que las poderosas y paquidérmicas burocracias que los respaldan.
Para que este planteamiento, que es el consecuente con la reducción de expoliaciones y abusos, se convierta en realidad, se necesita cortar con la creencia de que el maná cae de las arcas públicas y de que es “el gobierno” el encargado de solucionar los problemas que enfrentan las comunidades.
Es necesario darle sepultura a esa tesis que tanto seduce a los socialistas de que hay que investir de toda clase de poderes a ese ente abstracto llamado “gobierno” o “estado”, y de paso a sus administradores, unos seres humanos sobre los que supuestamente recae la representación de los intereses de la comunidad.
Esas creencias constituyen remedios peores que las enfermedades. Son impunemente aprovechadas por hampones que se auto proclaman caudillos y por corruptos que dicen velar por los intereses ajenos. Pero además, esas creencias parten de la idea de que hay individuos con capacidades especiales, seres súper dotados, que pueden comprenderlo y abarcarlo todo.
La expresión más divertida al respecto es la que en algunos lugares se escucha en relación con eventuales gobernantes: “A ese si le cabe el país en la cabeza”. Personas que ni siquiera le caben sus familias en la cabeza adquieren la reputación de que son capaces de entender lo que sucede con las vidas de millones de individuos.
Los liderazgos caudillistas, los gobiernos omnipresentes, no hacen sentido en comunidades abiertas y complejas. No hacen sentido desde el punto de vista de sus miembros y las posibilidades que disponen de empoderarse de sus propios destinos y tampoco lo hacen desde el punto de vista de quienes pretenden ser los mandamases.
Estos últimos, o son deshonestos o simplemente están ahí para disfrutar del poder por el poder en sí mismo (lo que es de por sí una aberración de la personalidad). Porque de lo contrario reconocerían que no tienen la autoridad moral para expoliar alegremente a otros miembros de la comunidad y para hacer y deshacer con vidas que no son las suyas, ni tienen la capacidad para administrar el bienestar de una infinidad de individuos de cuyas motivaciones e intereses desconocen por completo.
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