Ese día decidimos explorar un poco más, un amigo que vivía en la zona nos llevó a conocer un sitio que encontró por una callecita en El Chorro de Quevedo. “Te va a encantar Lau, es muy tu estilo” me decía Nata una amiga de danza que anteriormente lo había visitado. La verdad estaba un poco reacia, me parecía que por El Chorro si bien hay lugares interesantes son más que todo ‘guerreros’ por así decirlo.
Caminamos entre 10 y 15 minutos, al llegar nos encontramos con una puerta de metal roja la cual tuvimos que tocar para que nos abrieran. Al entrar quedé gratamente sorprendida. Era un espacio demasiado vivo y con clara personalidad. Arquitectónicamente, era un sitio bastante atractivo y amplio, no imaginé que estuviese escondido detrás de aquella puerta. Tenía doble altura y un gran manejo de luz pues al fondo había toda una ‘pared’ de vidrio y detrás de ella un amplio jardín donde habían murales muy creativos y un árbol de Yarumo que se imponía en medio del espacio, era tan alto que terminaba sobrepasando la altura de los 3 pisos del lugar.
Lo habían inaugurado ese mismo año por lo que emanaba frescura, había varias personas y el ambiente estimulaba la interacción y la sociabilidad. Estaba amoblado con mesas grandes hechas en roble de muy alta calidad, -luego me enteré que el dueño era carpintero-, colgaban varios cuadros y plantas que generaban de entrada en el visitante un gran estímulo visual e intelectual.
Terminé volviéndome amiga del dueño, Carlos Mario, un hombre visionario, con gran estilo, creatividad y demasiado empático. Es un apasionado por el arte y todas sus formas de expresión. Tenía una idea clara, el espacio era más que un restaurante, era una casa cultural. Cada mes permitía a pintores y fotógrafos exponer sus obras por lo que la decoración estaba en constante cambio. Había varios encuentros musicales y culturales a la semana. Inclusive con Kalamo -un grupo de danza contemporánea-, terminamos llevando a cabo la inauguración del festival Mueve tus Sentidos en aquel lugar.
Creo que todas las personas que lo frecuentaban terminaban volviéndose muy cercanas a Carlos Mario. Su intención era hacer que los comensales sintieran el espacio como propio, lo cual terminó siendo cierto. Todos concordábamos con que El Garden era un espacio para hacer comunidad, era el hogar de la creatividad en la candelaria.
Fuente: Facebook del Restaurante El Garden
Al subir las escaleras, lo primero que captaba la atención era toda una pared llena de libros, algunos nuevos y otros viejos, de esos que no solo contienen historias escritas, sino que de por sí son una historia pues cargan en su aspecto las anécdotas de su vida. Para mí, era un tesoro intelectual y era interesante ver que peculiaridades se podían encontrar en la librería Oreja de Perro que tenía hogar en El Garden. Este restaurante, se volvió mi espacio preferido para pasar los grandes espacios de tiempo que llegaba a tener entre clases. Solía visitarlo de miércoles a viernes luego de las 5 (dado que solo abrían en las tardes). En cuanto a la comida, inicialmente comenzó siendo comida francesa, ya que al inicio era copropietario un francés que vivía en Bogotá. Luego de su partida, el menú iba evolucionando constantemente ya que rotaban frecuentemente de chef y cada uno daba su toque a lo que se ofrecía en la carta. Debo aceptar que, si bien el lugar tenía un gran potencial por su concepto, su arquitectura, su estética, el valor cultural y en conjunto la idea de negocio que habían logrado forjar; había posibilidades de ofrecer un menú más a fin con los que suelen frecuentar la zona y adicional existían grandes problemas administrativos. Porque a fin de cuentas era eso, un negocio, y como todo negocio, requiere ser rentable de lo contrario no puede ser sostenible, así que El Garden y toda la vida que había en él estaba en caída libre hacia la extinción.
Tristemente el año pasado Carlos Mario me comentó que, si las cosas no mejoraban financieramente, el final se vería pronto. Traté de hacer algo así que llevamos a cabo una investigación de mercados para el restaurante, el cual también iba a ser mi entregable para la clase de investigación de mercados. Sugerimos varias modificaciones en cuanto a la oferta del menú para hacerla más a fin a las necesidades de los universitarios que eran el público objetivo y modificar los horarios de apertura. También, una estrategia de comunicaciones más fuerte dado que muy pocas personas (por no decir nadie) de los que entrevistamos conocían del lugar. Y creo que ahí radicó el principal problema; El Garden era un muy buen modelo de negocio, pero le faltó mayor diálogo con el cliente objetivo. Era un tesoro escondido, conocido por pocos que, en nuestro afán por preservarlo como nuestro, también lo dejamos caer y morir en el olvido.