Sin embargo, el desequilibro en la ecuación que une los yacimientos de petróleo, el aumento de la población mundial y la perpetua alza en la demanda, ha sido fuertemente mediatizada. Frente a un recurso que en términos absolutos se vuelve escaso, la respuesta económica a estas fluctuaciones es la de que inevitablemente el alto precio del crudo fomentará el desarrollo de energías alternativas.
Las economías modernas, pobres o ricas, tienen algo en común: la concomitancia de los combustibles fósiles en la estructura de su economía. Sin embargo, el desequilibro en la ecuación que une los yacimientos de petróleo, el aumento de la población mundial y la perpetua alza en la demanda, ha sido fuertemente mediatizada. Frente a un recurso que en términos absolutos se vuelve escaso, la respuesta económica a estas fluctuaciones es la de que inevitablemente el alto precio del crudo fomentará el desarrollo de energías alternativas.
La administración del expresidente de los Estados Unidos George Bush, marcó un hito importante en el año 2007. Frente a los riesgos de depender fuertemente de importaciones de petróleo de países catalogados como de alto riesgo político (i.e. enemigos de la democracia norteamericana), el gobierno americano decidió invertir un mayor monto de recursos para desarrollar alternativas energéticas. En el discurso de Bush sobre tecnología e innovación hacia el directorio de DuPont en el estado de Delaware, marcado por una incesante repetición de “We’re spending a lot of money” (estamos invirtiendo mucho dinero), las nuevas soluciones energéticas deberían ser producidas sobre territorio norteamericano, ser más baratas y conscientes del medio ambiente (renovables).
Aunque, en parte, esta decisión fue una consecuencia del desastre financiero de la dependencia al combustible fósil, Estados Unidos fue un catalizador de la oposición hacia la OPEC y el status quo. Frente a una alta incertidumbre sobre las reservas de petróleo y su posición geográfica en lugares de alta inestabilidad política, los cambios en nuestra forma de producir energía son disruptivos. Al término de unos pocos años, esa voluntad política abordó simplemente el problema desde una perspectiva energética y no orientado a un sistema holístico. El resultado fueron los biocombustibles.
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La génesis es una idea noble para establecer una relación “gana-gana”. En un país con una producción de maíz tan abundante como es la de los Estados Unidos, el balance energético que podría salvar la economía del presidente Bush estaría diseñado sobre una reserva renovable. Se utilizaría el exceso de este grano para producir las calorías faltantes de otras fuentes limitadas. Adicionalmente, con el aumento de la demanda de esta materia prima, se podría remunerar mejor los cultivadores sanando un sector cada vez más dependiente de subsidios estatales para mantener su competitividad (precios artificialmente bajos).
De forma muy resumida, el planteamiento de los biocombustibles como forma alternativa de energía impactó fuertemente a los agricultores en su posición de ofertantes en el mercado. Con el aumento en la demanda de maíz para su producción de etanol, el precio de esta materia prima subió, así como sus subsidios. Frente a este posible aumento en sus ingresos, los cultivadores destinaron la mayor parte de su producción no sólo a la venta de entidades productoras de dicho alcohol, sino a la homogenización de su cultivo. La soya, el algodón, el heno, el trigo y una multitud de otras materias primas dejaron de ser cultivadas. Como resultado no sólo el precio del maíz subió sino el de una gran diversidad de otras cosechas. La repercusión fue un poderoso efecto dominó generando una fuerte inflación sobre los alimentos. El maíz constituye en los Estados Unidos no solo la base para alimentar todos los animales originarios de derivados cárnicos, sino un componente esencial en la producción de la mayoría de alimentos procesados – entre más larga la descripción de ingredientes en la etiqueta nutricional de alimentos, mayor el contenido de aquél componente.
Aunque el argumento inicial parecía razonable y fácilmente digerible, en términos absolutos el balance energético de esta transacción fue un déficit. Zea mays es producido, transportado y empacado con el mismo petróleo que inicialmente debía sustituir. Se obtuvo en consecuencia un flujo ineficiente de energía pues consumimos una mayor cantidad de kilocalorías de petróleo que su resultado energético neto.
Los Estados Unidos inicialmente se posicionaron como proveedor mundial de alimentos con reservas infinitas a bajo precio. Este argumento, con la ayuda de la Organización Mundial del Comercio (OTC o WTO: sus siglas en Inglés), se encargó de eliminar barreras comerciales de muchas economías fundada en la hipótesis de las ventajas comparativas: cada país debe especializarse en lo que produce de forma más eficiente. Sin embargo, el sector agrícola norteamericano rápidamente se trasladó a suplir diferentes tipos de necesidades. En la práctica, esta posición antípoda con los intereses previamente establecidos, disminuyó considerablemente el eco de una economía global. De repente, los biocombustibles se volvieron un sofisma.
En conclusión, la principal lección de este tipo de alimento como fuente de energía no recae sobre el peligro de la interconexión de sectores productivos sino sobre el comercio globalizado. Las crisis aportan más que problemas, conllevan oportunidades. Las economías y los intercambios comerciales centrados en el petróleo deberán repensar su interacción con la eliminación del combustible fósil de la faz de la tierra. Aunque los intentos por encontrar formas alternativas de energía son cada vez más extravagantes, la falta de políticas enfocadas a generar cimientos sólidos estorbarán los intentos para remplazar reservas finitas de petróleo en las décadas a venir.
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Las cadenas de suministro se volverán más cortas y cercanas a sus mercados. Las naciones orientadas a exportaciones y dependientes de pocos ítems para compensar sus necesidades con importaciones, deberán ser más autosuficientes para suplir sus necesidades básicas. El resurgimiento de manufacturas domésticas en naciones desarrolladas podrá proveer un crecimiento del empleo nacional en detrimento de aquellas que se benefician de bajos costos laborales. Las políticas comerciales, como los tratados de libre comercio entre Estados Unidos y Colombia, basadas en la hipótesis de combustible barato y bajos costos de transporte, deberán revaluarse en el corto plazo.
El comercio internacional no desaparecerá, pero la importancia de economías regionales y locales seguramente retomará importancia. La soberanía alimentaria de las naciones debería ser una prioridad política de igual importancia que el posicionamiento energético largoplacista.