Por muchos siglos, los habitantes nativos de esta región vivieron en armonía con la selva que les cobijaba, y le demostraban reverencia a toda la gran diversidad de especies – el 10% de todas las especies en la Tierra – con las que convivían. Sin embargo, con la llegada de los europeos a tierras americanas, vinieron con ellos especies ‘invasoras’ que rompieron con el balance natural que se había desarrollado por millones de años en la Amazonia. Esta ruptura se ha ido agravando de forma acelerada durante el último siglo, debido al ideal de desarrollo del imaginario colectivo contemporáneo, según el cual la selva es vista como tierra inútil a la que se le necesita dar uso ‘productivo’.
El bosque tropical amazónico, que tardó 50 millones de años en formarse, ha perdido casi el 20% de su superficie en los últimos 40 años – más que en los 450 años previos desde la colonización europea –, y si sigue creciendo esta tendencia histórica, de 2,000 árboles talados por minuto, se calcula que otro 20% adicional se perderá en los próximos 20 años. Los efectos ambientales de esta destrucción son catastróficos; la deforestación es causa de la cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial, por lo que la pérdida de este gran ecosistema representa un eje central del problema de cambio climático global.
Adicionalmente, además de los ríos en sus suelos, el Amazonas genera ‘ríos en los aires’; 20 mil millones de toneladas de agua son transpiradas por sus árboles cada día. Para entender la magnitud de esta cifra, el Río Amazonas libera diariamente 17 mil millones de toneladas de agua en el océano. Estas corrientes de nubes son las que regulan el clima y las lluvias en gran parte del continente sudamericano, desde Argentina hasta Colombia. ‘’Si no fuera por los servicios que la selva provee, estas regiones tendrían un clima inhabitable, casi desértico’’, afirma Antônio Donato Nobre, investigador del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE, por sus siglas en portugués).
En todos los ocho países que comparten la selva amazónica, la mayor causa de deforestación es la siembra de pastizales para la ganadería extensiva. Esta actividad económica, sumamente improductiva en relación con otras actividades agrícolas – el promedio de uso del suelo está en 1 vaca por hectárea en gran parte del Amazonas –, es la preferida por los invasores al tener unos costos de producción muy bajos, sumado a una menor estacionalidad de precios en comparación con cultivos vegetales. Como consecuencia de esto, y de diversos estímulos que promueven algunos gobiernos para volver ‘productiva’ la región Amazónica, el número de reses ha ido creciendo a un ritmo de entre 5% y 8% anual.
El 67% del Amazonas está ubicado en territorio brasileño, por lo que el rol de este país es central en la protección del bosque tropical. Sin embargo, Brasil ocupa el cuarto lugar a nivel mundial en emisiones de gases invernadero, el 75% de éstas generadas por la deforestación. Siendo el mayor productor de carne y cuero a nivel mundial, la ganadería es responsable del 80% de la deforestación en todo el país, según cifras oficiales del gobierno brasileño. De 11 millones de cabezas de ganado en 1980, este país cuenta actualmente con casi 200 millones y, aunque ha realizado esfuerzos orientados a disminuir los niveles de crecimiento de la deforestación, desde el 2014 éstos volvieron a aumentar.
Por su parte, Colombia ha perdido más del 12% de selva Amazónica en los últimos 20 años, según un informe de Parques Nacionales y el Instituto Sinchi. En este país se presenta un fenómeno particular: existen muchos casos, como los vistos en el departamento del Guaviare, donde ‘’los pastizales con ganado no son una inversión con miras a vender la carne sino para obtener crédito pecuario y eventualmente tener forma de legalizar la tenencia de la tierra’’, afirma Liliana Dávalos, investigadora de Stony Brook University. A causa de este tipo de incentivos perversos, la tasa de deforestación en ciertas zonas de este departamento alcanza a ser 6 veces mayor a la del promedio del Amazonas colombiano.
Ante esta gran problemática regional, es evidente que resulta necesario reformar los sistemas de incentivos gubernamentales destinados a aumentar la productividad de la región amazónica, así como los mecanismos de control ambiental en los diferentes países que comparten este bosque tropical. Aunque es indudable que el crecimiento de la industria ganadera puede repercutir positivamente en el desarrollo económico de las comunidades vecinas, no se está teniendo en cuenta dentro del análisis el gigantesco valor ecológico que presenta esta selva, ni las devastadoras e irreversibles consecuencias que puede tener su destrucción en el clima, los ecosistemas, y las sociedades humanas de todo el continente. Ciertamente, es vital detener el crecimiento de este cáncer ambiental, antes de que haga claudicar al ‘Pulmón del Mundo’.
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