La malicia indígena en el campo colombiano
Nuestra bio-diversidad, ubicación geográfica, el calor de nuestra gente y hasta la belleza de las colombianas son algunos de los motivos más nombrados por extranjeros cuando pisan nuestra tierra. Sin embargo, si todo fuera tan bueno en nuestro país seguramente no viviríamos en constantes paros de los diferentes gremios, los hospitales públicos no estarían quebrados y no habría que “endeudarse esta vida y la otra” para pagar una carrera universitaria. A pesar de todo, hay algo de lo que muchos colombianos nos sentimos orgullosos y hasta lo consideramos como parte del éxito empresarial y personal. Se trata de una famosa cualidad de nuestra idiosincrasia que por alguna razón nos hace mejores y nos permite destacarnos en diferentes campos, la “malicia indígena”.
Detrás de la filosofía de la “malicia indígena” hay un par de mandamientos que debemos seguir al pie de la letra si es que queremos triunfar algún día de nuestras vidas en este país, que no ofrece las mismas oportunidades a todos los que nacimos sobre este suelo. De las más reconocidas tenemos: “No dar papaya”, “el vivo vive del bobo”, “se cobra según la cara del marrano”, entre otras, y personajes conocidos como el “avispado”, el negociante que logró “tumbar” al otro y el “avión”, son aplaudidos por una sociedad que no aprecia el bienestar y progreso común sino el personal a toda costa.
Para hacer de la “malicia indígena” algo más empresarial, un grupo de “avispados” y “vivos” encontraron un modelo de negocio bastante rentable que está basado en los pilares de la ilegalidad. Alrededor de los años 60’ nuestro país comienza a hacer parte de los países problema en el mundo en relación al cultivo, producción y distribución de droga a diferentes zonas del globo. El problema se hace visible cuando Colombia empieza a cultivar y distribuir marihuana, una planta que fue traída por los colonos españoles desde el siglo XVI y con el transcurso de los años diferentes grupos de personas con un alto coeficiente de “malicia indígena” identificaron nuevas drogas que podían ser vendidas a muchos más mercados y con un altísimo margen de utilidad. Es aquí cuando llega la cocaína.
A raíz de la buena acogida en los mercados norte-americanos y europeos, cada vez se incrementaba la producción, procesamiento y distribución de sustancias prohibidas por el Estado. Es por esto que muchos cultivos en diferentes regiones empezaron a ser sustituidos por amapola y mata coca, inclusive los de la marihuana. Según un estudio revelado por la FAO (ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS PARA ALIMENTACIÓN Y AGRICULTURA) “se estima que se han deforestado en la Sierra Nevada de Santa Marta aproximadamente 87.000 hectáreas de bosque primario y 50.000 hectáreas de bosque secundario para dicho cultivo” (coca y amapola), una cifra alarmante ya que equivale a casi la totalidad de la superficie de un departamento como el Quindío, esto sin contar el impacto en otras regiones diferentes a las de la Sierra nevada.
El negocio del narco-tráfico como todos sabemos, ha traído un impacto negativo de grandes dimensiones tanto al campo como a las ciudades de nuestro país. Desde las selvas el dinero generado por los más “avispados”, “vivos” y “aviones” es a costa de los campesinos, sus tierras y todo su patrimonio al cual obligan a abandonar en caso de que no cultiven lo que a estos personajes les plazca. Este negocio ilegal con el transcurso de los años y a medida que ha tomado fuerza ha representado una problemática económica, social, ambiental y hasta política, ya que sus dineros han permeado altas esferas de la sociedad, en especial las que nos gobiernan.
Hoy en día uno de los retos del gobierno es en el campo agrario. La restitución de tierras, re activación de la economía agraria, re-población del campo y tecnificar las producciones de los pequeños campesinos son parte fundamental para construir un pilar sólido para la paz de nuestro país. Colombia es uno de los pocos países que cuenta con todas las condiciones para ser considerado como despensa mundial de alimentos por las cualidades de sus suelos y ubicación geográfica. El desafío, no sólo del gobierno, sino de cada uno de los colombianos es hacer de la paz un cultivo que cuidemos en nuestro día a día, sembrando una semilla de reconciliación en cada uno de nuestros actos y cuidando de ella para contagiar a todos nuestros seres cercanos.
No me cabe la menor duda que la paz de Colombia debe empezar por el campo. La concepción de que el campo empobrece y embrutece debe ser dejada en el pasado. Colombia debe prepararse para una revolución agraria donde se deben enfocar los esfuerzos de productividad, innovación e investigación para hacer de nuestro campo un mercado competitivo que produzca riqueza e igualdad de oportunidades para quienes viven de él. De ahora en adelante se debe aplaudir todo esfuerzo mancomunado, admirar el deseo de salir adelante de una manera honrada y dejar de lado la concepción de que el más “vivo” va a salir adelante antes que el resto, si así fuera, este país de “vivos” ya estaría al nivel de cualquier economía de primer mundo. Algo venimos haciendo mal y nuestro deber es cambiarlo.
Bibliografía:
Ucros, J. C. (2009). Breve historia y situación actual del patrimonio forestal colombiano. http://www.fao.org/forestry/17272- 09c7bb88cbaad85cf5c312d8422b30afb.pdf