En la foto recibimiento a la Selección Colombia
Créditos Abel Cárdenas/El Tiempo
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Lo que una campaña presidencial llena de resentimientos, desinformaciones, ataques personales logró: la polarización del País, lo han remontado nuestros deportistas. Estos sí que nos representan, llevan nuestros símbolos patrios con honor (bandera, himno), con tesón, con esperanza. Lograron la unión del país alrededor de los esfuerzos y perseverancia de jugadores, técnicos y patrocinadores. Cada jugada, cada disparo al arco, cada tapada o gol, cada pitada del arbítro o bandera de los jueces laterales: recogía la atención de más de 40 millones de colombianos, quienes en suspenso esperábamos algún resultado.
Y el resultado ha sido el mejor. La unión del país alrededor de unos jugadores, de un equipo, de un espectáculo sí. Pero que nos llevó a superar diferencias. A alegrarnos o entristecernos por lo mismo. Estos jóvenes, todos de origen común, ninguno criado con privilegios, acostumbrados a la perseverancia, al rigor y a la disciplina demostraron lo que pueden un puñado de ellos persuadidos por la guía y el buen juicio de un técnico experimentado.
Qué contraste con los miles de jóvenes que han caido víctimas de narcotraficantes y son hoy adictos compulsivos. O aquellos otros que debieron empuñar armas ilusionados por las arengas de quienes a cambio de un ingreso, o amenazados con la violación de sus hermanas o compañeras hacen parte de huestes irreflexivas. Huestes que siembran minas, secuestran, bombardean iglesias, puestos de policía, escuelas, y oleoductos.
No hay duda que todo lo que puedan gobiernos, negociadores, y ciudadanos contribuir a la recuperación ciudadana de esos jóvenes es indispensable hacerlo. Hemos corroborado en estos días de lo que es positivamente capaz nuestra juventud, alentada y bien guiada.
El problema en que nos hallamos los colombianos tiene por ahora dos aristas. La primera, la duda que unas negociaciones entre élites, las tradicionales y las que han minado y extorsionado, en verdad, logren un acuerdo que se cumpla: aquéllas, la integración de éstas a la vida política y a la dejación no sólo de sus armas, sino de su negocio más lucrativo: el narcortráfico. La segunda, la confianza en que las elites excluidas y que no han demostrado durante cinco décadas acuerdo alguno con un Estado Social de Derecho, se transformen en adalides de ese Estado.
Lo que desconcierta es emplear el eufemismo de la paz para unos acuerdos secretos que, finalmente, favorecen a la elite excluida. Y desconcierta aún más el consenso internacional que a todas luces demuestra un acuerdo de las partes, ambas expertas en orquestar esos consensos.
Un país en guerra no hubiera ofrecido las condiciones para lograr las estrellas deportivas que hemos visto brillar; ni tampoco la reunión multitudinaria de ciudadanos que voluntariamente acogieron nuestra Selección. Una agrupación de personas que no debió comprar una boleta selecta para el concierto de rock, u obligados por las casas gratuitas que recibieron o por formar parte de la clientela de un político poderoso.
10-07-2014