Siempre me he considerado una persona fanática de la agricultura, en un principio, tenía una finca ganadera en el municipio de Puerto Boyacá. Desafortunadamente, para la época, la situación de violencia en el país era difícil y la región se estaba volviendo demasiado pesada. Por tal razón, alrededor del año 1965, decidí poner la finca en venta y marcharme en busca de nuevos terrenos. Siguiendo mis ideales de ancestro campesino tenía claro que quedarme sin tierras no era una opción y fue así como llegué a los llanos orientales. Mi hermano Joaquín, vivía en Villavicencio desde hace un tiempo así que fui a visitarlo y le pedí el favor de que me ayudara a conseguir alguna tierra entre los municipios de Puerto López y Puerto Gaitán. Gracias a las referencias por parte de mis amigos, sabía que dicha ubicación no solo ofrecía tierras sanas y fértiles, si no también económicas. Empezó la búsqueda y me sentí atraído y en cantado por la región, terminé encontrando dos fincas vecinas, de gran tamaño y decidí comprar ambas.
En un principio tenía el deseo de que ambas fincas fuesen ganaderas, al igual que la anterior. Así pues, compré los animales y comenzó la producción. Con el correr de los años y con el cariño que le estaba cogiendo al llano, me entró la inquietud de que si allí se estaba produciendo pasto para el ganado, también debía existir alguna otra posibilidad agrícola. Para ese entonces, la rentabilidad que estaba dejando la actividad ganadera no era muy significativa y existía la posibilidad de sembrar algo diferente. Fue entonces cuando alrededor del año 1995 me encontré con el agrónomo Carlos Alberto Pérez, quien, para la época, trabajaba con el Grupo Pajonales. Después de una larga charla, me comentó que él había trabajado con el INCORA (Instituto Colombiano de la Reforma Agraria) en unos cultivos de caucho en las tierras del Caquetá. Seguido a eso, me insinuó que hiciera un ensayo con unos cuantos árboles de caucho, que él me ofrecía su conocimiento y experiencia respecto al tema. Hasta ese momento, lo único que yo sabía acerca del caucho era lo que había leído en el libro “La Vorágine”. Básicamente mi conocimiento se limitaba a cómo eran los cultivos de caucho antiguamente y cómo abusaban de los indios para explotarlo. No obstante, hasta el día de hoy, sigo pensando en que definitivamente hay que leer el libro para poder entender la historia completa.
Ante la insinuación de Carlos Alberto, me dije a mi mismo “voy a sembrar unas poquitas hectáreas de caucho a la orilla de la carretera y si el caucho se da, la gente se va a entusiasmar y se va a dedicar a algo diferente a la ganadería”. Y así fue, con la ayuda del agrónomo Pérez, sembré las primeras 10 hectáreas en 1998. Al pasar el primer año, me di cuenta que el cultivo se estaba dando muy bien así que decidí sembrar otras 10, y después otras 10, y después otras 10. Completé 40 hectáreas de árboles de caucho en el transcurso de 4 años. Tal como lo pensé, esta siembra sirvió para que la gente que pasaba por la carretera sintiera cierta curiosidad y entrara a la finca a preguntar qué era lo que teníamos y qué era lo que estábamos haciendo.
El desarrollo del cultivo lo fuimos experimentando paso a paso de la mano de Carlos Alberto, quien empezó a dirigir al mismo tiempo las plantaciones en Mavalle. Cuando llegó el momento de la producción, él fue quien se encargó de formar una especie de escuela dentro del mismo cultivo para así poder capacitar y entrenar a los obreros de la zona en temas de abono y rayado del árbol. De ahí también se sacó semilla para hacer viveros para otras personas interesadas en sembrar. Carlos Alberto tenía el concepto de que el negocio del caucho era muy bueno y que la calidad de las tierras era excelente para sembrar. Así pues, fue él quien llevo al Grupo Pajonales a incursionar en el negocio, claro está, que su objetivo era mucho más ambicioso que el mío. Mientras que mi idea era sacar de ese pequeño cultivo lo necesario para asegurar la educación secundaria de mis nietos, ellos pretendían producir caucho para exportación. En consecuencia, Mavalle montó una planta rudimentaria para procesar materia prima y desde el comienzo compraron toda nuestra producción.
El éxito obtenido del ensayo fue muy bueno, razón por la cual, nos entusiasmamos a completar una plantación de 500 hectáreas y que dirige mi hijo Ricardo, hoy en día. No sobra decir que estoy seguro de que la idea que tuvimos hace unos 20 años si sirvió. La gente evidentemente se entusiasmó y la región aceptó que si se podía hacer algo diferente a la ganadería.
Bibliografía
Muñoz, H. (23 de Agosto de 2017). Relato de mi abuelo. ANeIA. (D. Muñoz, Entrevistador, & D. Muñoz, Editor) Bogotá, Colombia.