Son las seis de la mañana. El resplandor del sol se asoma sobre los cerros que sostienen las espigas de madera de las cabañas, lentamente calentando el riego salado del mar acariciado por la brisa. Julián abre el cofre de su abuelo y encuentra los yoyos de pesca para liar sobre el Tan Tan, el bastimento que lo ha acompañado en largas odiseas pesqueras. Al igual que el pescador, ambos presentan arrugas en sus facetas, jactando los años que han vivido. Listo para embarcar Julián recuerda las épocas donde su fiel barcaza no era necesaria.
Hijo de cazador, de niño logró aprender que la caza no era la principal fuente de alimento, pues con tanta abundancia de peces no valía la pena comer la dura carne del ñeque. Con su machete en mano, mojaba sus piernas hasta la rodilla y comenzaba a bolear brazo. Tras una serie repetida de machetazos, el joven pescador lograba apaciguar más de 50 ejemplares, un manjar de bonitos. La comida no faltaba. Unas pocas horas de pesca al día lograban llenar las barrigas de los padres, hijos, abuelos e incluso los vecinos de la bahía.
Durante esos días no eran necesarios los motores en las chalupas. Con remo en mano se lanzaban las líneas de anzuelos y los trasmallos. La abundancia era tan cuantiosa que las redes se convertían en globos inflados con pescado, conteniendo mero, cherna, pargo, bonito, marlín, dorado y sardinas de gran libraje. Sin embargo, todo tesoro trae consigo su maldición.
Con copioso botín, los navíos piratas tagangueros invadieron la bahía de Cinto junto a sus costas adyacentes. Poco a poco los invasores fueron arrasando con la pesca. A diferencia de los locales, sus barcazas eran impulsadas con poderosas hélices de hierro y utilizaban la dinamita como su principal aliado. El estruendo generado sacaba a flote tanto a habitantes colosales como a los pequeños alevinos. Al igual que la noche despoja el calor del día, los usurpadores saquearon la vida de la bahía, dejando a los oriundos sin trabajo, sin comida y sin futuro. Solo quedó un mar de silencio, el cual fue vigilado por varias series de lunas llenas.
Con carnadas y anzuelos abordo, Julián enciende el motor del Tan Tan y piensa “es hora de agregarle aceite. Mejor que humee a que se queme.” Lentamente emprende rumbo hacia la Madre Vieja, lugar preferido del caimán aguja y las babillas por la abundancia de juveniles y el agua dulce. Aquel lugar será el punto de encuentro con el grupo de extranjeros que llevará a realizar una sesión de pesca deportiva. Unos minutos más tarde, el viejo ancla su bote sobre la arenosa costa y comienza a escudriñar el bosque de manglar esperando que emerjan las figuras antrópicas. Con paciencia aguardaba, ésta no sería su primera vez. Años atrás, Julián llevó acabo esta labor repetidas veces, sin embargo, éstas eran de diferente naturaleza.
Durante la octava y novena década del vigésimo siglo, Colombia se encontró ahogado en un océano de narcotráfico. El parque Tayrona no fue ninguna excepción. La marihuana florecía como hierba silvestre en las orillas de los cuerpos de agua dulce y acobijaba las montañas con extensos mantos de cultivos. Los costales rellenos de cogollos se amontonaban sobre la cálida arena para ser transportados de inmediato. Los bultos de sobra eran ocultados sobre los rocosos acantilados de la bahía, donde no existía el acceso a pie ni a nado. Ni el mismo Poseidón podría nadar sobre las tormentosas aguas que protegían el botín de droga de manera incondicional.
La nociva industria de la droga afligió a una gran parte del país de manera devastadora. Sin embargo, en algunas zonas apartadas, su presencia funcionó como un salvavidas para los habitantes del mar y de la orilla. Tal como la bonanza de la pesca años atrás, la opulencia de la marihuana alimentaba los engranajes económicos de la bahía, permitiendo llenar los bolsillos de los habitantes. Sin necesidad alguna de pescar, los mares fueron recuperando su vida poco a poco, donde esta profesión era tan solo una mascara para lo que realmente ocurría. Además, la violencia y la guerra se quedaron junto al oro en polvo: la cocaína. A pesar de que prometió su llegada en múltiples ocasiones, esta nunca logró manchar la zona con dólares lavados y charcos de sangre.
La mata bendita continuó siendo transportada hasta el inicio del milenio, donde un terrateniente de Antioquia llegó a la presidencia. Álvaro Uribe Vélez le declaró la guerra a las guerrillas de Colombia y la comercialización de drogas, su principal generador de valor. Tras la llegada del Plan Convivencia, los hombres armados que enjutaban sus fines erradicaron a los vándalos junto sus matorrales venenosos y, con ello, a los habitantes de la bahía no les quedó más opción sino regresar a la pesca, pero esta vez bien armados. Los dineros manchados permitieron la compra de varios accesorios como redes más fuertes, pequeños aparatos capaces de detectar los bancos de peces, e incluso el motor que impulsa al Tan Tan hoy en día.
Desde la maleza avistamos a Julián esperando sigilosamente. Nos acercamos y el viejo pescador nos recibe con una gran sonrisa o la falta de ésta, debido a las grandes cavidades por la ausencia de algunos dientes. Le entregamos una botella de Ron, la cual es parte de la propina prometida por su labor altruista además de alegrar la jornada a seguir. Iniciamos rumbo hacia mar abierto en busca de bancos de atún o dorado, trofeos dignos de alardeo. En el camino, mientras engullimos el alcohol rápidamente, charlamos entre nosotros alegremente. Julián nos cuenta sobre sus épocas de juventud, donde la bonanza marina era incomparable. Luego nos comenta un poco sobre la época del narcotráfico, la cual le ayudó a invertir en su útil navío. Tras unas anécdotas memorables y historias novedosas, el pescador nos relata cómo la llegada del Estado ha ayudado a impulsar el turismo, su principal fuente de ingreso en el momento.
Me agarro fuertemente del borde del Tan Tan ya que estoy un poco mareado por el meceo de las olas, pero principalmente por la gran cantidad de ron en mi estómago. Con el yoyo en mi otra mano espero pacientemente a sentir el jalonazo de mi tercera captura, esperemos que esta vez sea un dorado. De manera optimista, balbuceo que el turismo ha sido la solución para la zona. La prohibición de la pesca ha ayudado a l retorno inminente de la naturaleza, además de las ayudas del gobierno para asistir a los habitantes. Incluso, estaba confiado de que los visitantes eran la solución, puesto que estos se encargaban de llenar los bolsillos de los locales. Todos estamos contentos, se protege la naturaleza y la gente tiene de qué vivir.
Tras mi afirmación, Julián me mira de manera tajante, como si estuviese juzgándome por mi ingenuidad. Al igual que la superficie del mar, donde se puede ver el horizonte de manera transparente pero se desconoce que hay bajo su lecho, la historia del Tayrona no es lo que parece. La percepción del turista es tan solo la portada de un libro, sobre el cual en sus hojas relatan una historia totalmente diferente.
Mientras retornamos a la orilla tras nuestra entretenida jornada, el pescador nos cuenta como las vacunas cobradas por bandas criminales son recurrentes en toda la zona e incluso en Santa Marta. Además, el turismo solo dura unas pocas semanas al año, lo cual los deja sin ingresos libres de mugre el resto del año. Sin embargo, el gobierno espera que no se practique la pesca artesanal, ya que se encuentra prohibida desde que se declaró como área protegida. Debido al constante monitoreo diurno de la guardia costera, los habitantes de la zona dicen no pescar, además de que los lideres pesqueros imploran no llevar acabo esta actividad como consecuencia directa de los sueldos gubernamentales que reciben solo ellos. Sin embargo, no es inusual ver varías luces de navíos decorando la noche sobre el agua o incluso encontrar filamentos de mallas en la orilla.
Poco a poco, mi ira pasional dirigida hacia aquellas personas que no respetan las reglas de la conservación ambiental va disipándose. Por primera vez, logro distinguir la situación de estos individuos y de manera acertada me repito a mí mismo: “si no tuviera que comer, probablemente yo haría lo mismo”.
Nota del autor:
Con la historia anterior busco desarrollar una noción de evaluación en el lector. Mi propósito principal es demostrar cómo la coyuntura de una nación afecta de diferentes maneras a poblaciones vulnerables, y crea impactos indeseados. En este caso, vemos cómo (revisa cómo utilizas el cómo, porque en forma de pregunta como ésta lleva tilde y no las puesto en ninguna parte cuando toca) a pesar de la indudable mejoría en la situación del país, aún existe un abuso a este tipo de poblaciones. Como consecuencia, muchas de las iniciativas para la conservación medioambiental se ven comprometidas y no necesariamente por codicia. Muchos de los infractores llevan a cabo estas actividades ilícitas debido a la falta de oportunidades y la falta de educación que prevalece en zonas como el parque Tayrona, además de la inminente presencia de diferentes bandas criminales.
Finalmente, reitero la necesidad de contemplar la relación entre la conservación medioambiental y los impactos socioeconómicos que generan. En conclusión, implementar este tipo de medidas debe hacerse meticulosamente, de lo contrario los efectos nocivos podrán sobrepasar los beneficios.