Desafortunadamente vivimos en un país subdesarrollado que, hasta el momento, no ha logrado establecer unas políticas claras ni coherentes que den prioridad a la producción agrícola nacional.
Como es bien sabido, el caucho es un negocio riesgoso. No solo por el hecho de que implica una gran inversión en el corto plazo, si no también, por las variaciones en sus precios y su exposición permanente a enfermedades, plagas, cambios climáticos y catástrofes naturales. Por esta razón, somos pocas las personas dispuestas a correr el riesgo y sembrar árboles de caucho. Yo por mi lado, decidí ver el riesgo como una oportunidad de negocio, sabiendo que el país sólo producía una pequeña cantidad del caucho que consumía. De igual forma, cuando tomé la decisión de continuar con el negocio que había iniciado mi padre y, expandirlo, el hecho de que el Gobierno ofreciera un incentivo, fue un factor determinante. Así pues, por medio del programa Agro Ingreso Seguro, el gobierno se encargó de entregar subsidios a productores de caucho en el que se otorgaba un periodo muerto de 5 años. Pasados los 5 años, se ofrecían tasas favorables a los productores para que iniciaran el pago del préstamo al banco que estaba en cabeza del programa. Aparte de que obtener la ayuda por parte del Gobierno no era un proceso para nada sencillo, el principal problema fue que el banco encargado no contaba con el conocimiento suficiente respecto al tema. A pesar de que, gracias al subsidio, las plantas empezaron a crecer y a desarrollarse muy bien, a los 5 años había que empezar a pagar el préstamo y para ese entonces todavía no había empezado la producción. En otras palabras, no había con qué pagar. Ahí es cuando digo que el banco no tenía idea de los cultivos de caucho, porque de haber sabido, las condiciones del programa hubiesen sido diferentes.
Por otro lado, el haber incursionado en un negocio en una época donde el conocimiento era prácticamente nulo, implicó una especie de incertidumbre permanente durante 7 largos años. Así pues, la administración del cultivo se volvió complicada. La limpieza de las tierras, al igual que la fertilización de los árboles, representaban gastos importantes y el poco control sobre la aparición de diferentes plagas y enfermedades, fueron algunos de los obstáculos que más elevaron gastos. Por ejemplo, uno dejaba la planta sembrada, pasaban entre 3 y 4 semanas y cuando uno regresaba, la planta ya no tenía hojas. Antracnosis, se llamaba la enfermedad y era un hongo que invadía a la planta y la mataba de arriba abajo. La solución era cortar la planta hasta la mitad y ver si volvía a florecer. Toda esta serie de complicaciones, sumado a la espera y al cobro por parte del banco no fueron obstáculos fáciles de superar, mientras llegaba el momento en que se diera inicio a la producción.
Pasados los 7 u 8 años de espera, se procedió a realizar los conteos de árboles que cumplían con las medidas necesarias para ponerlos en producción. En un principio fueron menos del 50% y, además, era necesario conseguir más recursos para poder equipar cada uno de ellos con tasa, alambre y canaleta. Paralelamente, me vi enfrentado ante otro reto: el personal. Los personajes de la región, acostumbrados a arriar ganado y realizar labores de fuerza, no contaban con la técnica de rayado. En vista de lo anterior, fue necesario capacitarlos con el fin de que no dañaran los árboles y lograran la más alta producción. De esta manera se fue recogiendo la materia prima, la cual se dejaba en un sitio en donde nos compraban al precio que nos querían pagar. Vale la pena aclarar que en ese momento no se tenía referencia de otras procesadoras de caucho y que, hasta el día de hoy, la situación sigue siendo muy similar. Allí, convertían el coagulo de caucho seco en un producto con un valor agregado apto para la industria por medio de una maquila. No obstante, a pesar de que yo como productor, participaba en el costo de la maquila para volver el caucho productivo, en el costo del flete y en el costo del empaque, no participaba en su comercialización. En este punto el problema radica en la falta de oportunidad de vender el producto a diferentes procesadores de caucho, en vista de que en la región solamente hay uno y que el pago se realiza después de 1 o 2 meses. Así pues, la falta de liquidez hace que las plantaciones sean difíciles de mantener, ya que la caja no alcanza ni siquiera para cubrir todos los gastos básicos mensuales.
Pienso que uno de los motivos por los que los procesadores de caucho imponen el precio que a ellos más les conviene es por la falta de unión gremial. También pienso que el gobierno debería mirar con mejores ojos la situación, regular las importaciones y fomentar el uso del producto nacional en la industria. Puede que la industria colombiana demande caucho, pero lastimosamente las empresas prefieren importar látex a proveedores que les han surtido toda la vida y que cuentan con la tecnología y conocimiento apropiado. Siendo así, la industria nacional ha dejado de procesar caucho. Un ejemplo de lo anterior son las llanteras que existían en el país y que se fueron. Resulta que en Colombia no se produce ni una llanta para un automóvil desde hace más de 20 años.
A manera de conclusión, es una realidad que los costos de una plantación de caucho son muy elevados y que acceder a la financiación, al igual que el poder hacer entender al banco de que los primeros años no son suficientes para poder cubrir la deuda, son tareas complicadas. Es necesario contar con otros recursos para poder resistir y continuar con el negocio, al igual que es necesario que el Gobierno cree políticas coherentes que den prioridad al consumo del caucho nacional.
Bibliografía:
Muñoz, Ricardo. (5 de Septiembre de 2017). Gerente General Rubberland de Colombia. (Daniella Muñoz, Entrevistadora, & Daniella Muñoz, Editora) Bogotá D.C., Bogotá, Colombia.