Jesús Guillermo Bello Rozo, conocido por sus amigos como “Pancho”, es un joven de 30 años de edad que lleva aproximadamente 14 años trabajando en el cultivo de distintos tubérculos y hortalizas como la papa, la yuca y la remolacha, entre otros. Este agricultor ha desempeñado su labor en municipios aledaños a Bogotá, tales como Cajicá, Zipaquirá y Chía, lo cual lo ha convertido en un gran conocedor de la agricultura.
Pese a su trayectoria y experiencia en esta labor, nos dice que ha pensado en buscar nuevos caminos y oportunidades laborales porque el desarrollo de esta actividad en Colombia “es muy mal agradecido, en este país no se valora el campo, ni al campesino” afirma este agricultor con una fuerte expresión de tristeza y decepción en su mirada.
Pancho nos cuenta que aprendió el oficio de la agricultura de su padre, un pequeño agricultor quien por malas circunstancias y debido a los problemas del campo en este país perdió mucha plata y tuvo que dejar su independencia para buscar trabajo con otros agricultores aproximadamente 15 años atrás. Por acompañar a su padre en las labores diarias, se vio obligado a aplazar el colegio por varios años, pues así se ahorraban el pago de un trabajador y de esta manera se obtenían mayores ingresos por la venta de sus productos.
Tras muchos esfuerzos y alternando sus actividades en el campo con sus estudios, Jesús Guillermo, culminó el colegio a la edad de 20 años. Soñaba con estudiar culinaria y montar su propio restaurante algún día, pero al no contar con los recursos necesarios para estudiar, decidió empezar a trabajar en los cultivos de varias personas conocidas y así lograr costearse la carrera de culinaria que tanto anhelaba. Pasados varios años, Pancho pensó estar listo para iniciar su carrera, pero no contaba con el embarazo de su novia Juliana, lo que cambió sus planes. Actualmente El sigue trabajando en los cultivos y soñando con el apoyo del gobierno al campo, que les permita mejorar las condiciones del sector agrícola y hacerlo más competitivo.
Actualmente, Pancho trabaja para otros agricultores y logró después de años de esfuerzo, obtener un pequeño cultivo de papa en compañía de dos tíos y un primo, con quienes decidió emprender su sueño de independencia. “Esperamos poder vender bien los productos y hacernos una buena platica” señala este joven entre risas. Él tiene claro que la venta directa al consumidor es muy difícil, ya que estos prefieren adquirir sus productos en almacenes de cadena y grandes superficies, quienes pagan bajos precios a los campesinos y con demoras de 30 a 90 días, lo que empeora la situación financiera de los pequeños agricultores y campesinos.
En relación con sus labores, Pancho señala que su día comienza desde muy temprano, a más tardas a las 5 de la mañana está trabajando la tierra y el día que tiene suerte a las 7 de la noche ha finalizado sus actividades. “En este trabajo no hay horarios, ni vacaciones, ni horas extras, esto es de sol a sol” comenta. Él, al igual que muchos trabajadores de la agricultura, no cuenta con un contrato laboral fijo o estable, pues usualmente se contratan jornaleros de manera verbal durante el tiempo que dura el cultivo, sin derecho al pago de prestaciones sociales y demás beneficios a los que puede acceder un trabajador formalizado. En el desarrollo de estas labores se gana aproximadamente $1.200.000 mensuales, según las cuentas que él hace y como se mencionó anteriormente, ante la falta de seguridad social en caso de accidente o siniestros debe acudir a médicos particulares lo que empeora aún más sus condiciones financieras.
Por ejemplo, recuerda Pancho que hace 5 años uno de sus grandes amigos y compañero de trabajo, tuvo un grave accidente cuando estaba empleando un machete para limpiar maleza, y en un pequeño descuido cortó su pie, lastimando varios de sus tendones. De inmediato lo auxiliaron, presionando la herida para evitar una hemorragia y lo llevaron al hospital de Cajicá, donde pudieron curar su pie. Sin embargo, la tragedia no terminó con la intervención médica, ya que debido a que su compañero no contaba con un seguro médico que cubriera los gastos de hospitalización debieron asumir directamente estos costos, los cuales superaban la suma de COP 2.000.000. Ante la falta de recursos se vieron obligados a pedir un préstamo a un gota a gota de Cajicá, a quien finalmente le pagaron casi 3 veces la suma entregada.
También nos relata Pancho que la labor del campo, y el esfuerzo que se requiere es muy duro en relación con las ganancias que se obtienen. Nos enseña sus manos ásperas, maltratadas y llenas de tierra por las actividades que ejecuta en los cultivos, que van desde manipular azadones hasta sacar los vegetales de la tierra. A lo anterior se suma la adversidad del clima que cada día azota con más fuerza las tierras, cultivos y animales. “Estoy acostumbrado a trabajar con lluvia y con sol extremo pero el clima se pone cada día más duro y difícil de predecir”, menciona Pancho en su relato.
En relación con sus condiciones personales y familiares, Pancho nos expresa, que, como miembro de una familia de campo tradicional desea poder mantener su hogar solo con su trabajo, para que su esposa se pueda dedicar al cuidado de su hijo Tomás, como lo hizo su mamá con él. Sin embargo, los tiempos han cambiado y con lo que gana no puede darse ese gusto, razón por la cual su esposa Juliana trabaja actualmente como secretaria en un colegio y entre los dos mantienen su hogar. Además, quieren darle la mejor educación a su hijo para que no tenga que depender de las labores del campo, ya que el ve el gran esfuerzo que le toca realizar todo los días y como llega justo con la plata necesaria para cubrir sus gastos a fin de mes.
En este punto Pancho ya desistió de su sueño de ser chef; ahora él tiene planeado ahorrar para montar una carnicería, pues planea dejar la agricultura a corto plazo. En el caso de Pancho, al igual que la mayor parte de los pequeños agricultores, evidenciamos falta de interés por parte del estado en este importante sector de la economía, y en consecuencia un futuro incierto para el campo en nuestro país. Nos deja desconsolados la afirmación de un joven agricultor que indica que está cansado de su labor, y no se ve muchos más años en lo mismo, pues siente que no compensa el dinero ganado con el poco tiempo qué le queda para dedicarle a su familia. Hay tristeza en sus palabras; dice con su voz entre cortada: “Nosotros somos los que sembramos la comida, pero no podemos gozar de ella”. Todo esto, nos lleva a invitar a nuestros lectores a tomar conciencia de la importancia del campo en la sociedad y reclamar al gobierno por el olvido en que tiene sumido al campo en nuestro país.