En días pasados, el portal de la Revista Gestratégica[1] describió la iniciativa, insólita por decir lo menos, que la Fundación MásFamilia organización española, para certificar aquellas empresas que se proponen armonizar la vida personal, laboral y familiar. Se pretende distinguir aquellas empresas que demuestran una conciliación de esas dimensiones, junto con igualdad de oportunidades, diversidad, apoyo e integración de desfavorecidos.
Con ello se conformaría una reputación que manifiesta tratar a sus empleados como personas con responsabilidades más allá de su vida laboral, personas y no ‘recursos’, ‘costos laborales’, o ‘elementos’ de una cadena de valor. Además, reflejaría relaciones laborales donde se dé una paz social, atracción y retención del talento que redundaría en los resultados de la empresa.
La tendencia contemporánea de las certificaciones no son más que auditorías de parte de terceros sobre coherencia entre lo que una organización hace y dice que hace. Y vale para las ISOs referidas a los procesos de calidad en la producción y los servicios de empresas comerciales o maufactureras, las educativas para colegios y universidades, las hospitalarias, etc.[2] Constituyen una actividad bien exigente al interior de las organizaciones. Algo muy sano, cuando va aparejado de un cambio cultural profundo, que refleja la actividad cotidiana de la organización; de lo contrario, es una simple decoración de la fachada.
Existen organizaciones que sin dicha certificación –pues es algo novedoso- aspiran a ese propósito de armonía[3]. Pero cuando leía el artículo pensaba en el millardo de familias campesinas cuya organización del trabajo y de la vida familiar es armoniosa.
Fue la Revolución Industrial la que transformó ese estilo de vida y si bien, la mayoría de los hogares campesinos y muchas familias que residen en la finca viven la armonía entre el trabajo y la familia, la ciudad atenta contra esa armonía. No pueden negarse todos los beneficios que la conglemaración de la población en las ciudades trae (servicios, transporte, mercados, educación, salud, recreación), pero no pueden negarse las dificultades que por las distancias, la precariedad económica, los horarios de trabajo, etc. imponen sobre los integrantes de las familias.
Nuevamente son los campesinos y finqueros, los que no sólo nos proveen nuestros alimentos sino, buen número de ellos, ejemplos de formas de armonía familiar y laboral que bien vale la pena que nosotros los urbanitas consideremos.
Que halla inciativas que observen y destaquen esa armonía en las empresas es de celebrar. Poco dice de una empresa el que sus prácticas de trabajo y relaciones laborales promuevan la disolución familiar y la discriminación.
[1]http://www.gestrategica.org//templates/noticias_detalle.php?id=544
[2]Exceptúo, por ahora, las de riesgo pues no han logrado recuperar el desprestigio en que se sumieron por su conflicto de intereses en el sistema bancario del Norte causante de la deblaque económica desde el 2008.
[3]Ejemplos: http://es.statefarm.com/ donde el respeto a la vida familiar de sus empleados y agentes es proverbial.