Desde principios del siglo XX, con la invención del motor diesel, el cual funciona a base de aceites vegetales o grasas animales, y cuyo nombre fue concedido en honor a su inventor Rudolf Diesel, se da inicio a la diversificación de la canasta energética mundial, en la cual, para ese entonces, ya predominaba el petróleo, como principal opción de combustible para los primeros fabricantes de carros. En la actualidad, 120 años después de la creación del motor capaz de asimilar materia prima amigable al medio ambiente, el mundo ha enfrentado crisis energéticas como la sucedida en 1979, y “Guerra del Golfo –que incremento los precios del crudo en 1990” (Rueda & Marlyn, 2013) poniendo en evidencia la dependencia a la que están sujetos aquellos países industrializados. Sumado a esto, la creación del Protocolo de Kyoto, que busca la reducción de los gases efecto invernadero (GEI) provenientes de la actividad industrial y transporte, ha permitido el florecimiento de los biocombustibles, como una política de seguridad energética, donde Europa y Estados Unidos ven en estos, un alto potencial para hacer frente a estas fallas de mercado, y por otra lado, cumplir con la demanda de los ciudadanos en pro al cuidado del medio ambiente, para un desarrollo sostenible.
“De acuerdo al USDA (US Department of Agriculture), un galón de diesel petrolero (conocido como ACPM en Colombia) produce 12.7 kg de emisiones de CO2, en un análisis de ciclo vital, en tanto que un galón de biodiesel produce 2.7 Kg de tales emisiones” (Infante, 2007). Al encontrar tal innovadora solución, en Europa “se incrementó la capacidad instalada de las plantas de producción, especialmente en Alemania, donde pasó de 100.000 toneladas en 1997 a cerca de 1 millón en 2003, de esta forma la nación germana inició su liderazgo como productora de biodiesel” (Rueda & Marlyn, 2013), fomentándose a través del Consejo Europeo de Biodiesel, creado en la segunda mitad de los años noventa, y llegándose a mezclas con la gasolina de hasta 100% Biodiesel ó B100. Mientras que Estados Unidos, con “una población del solo el 4% del total mundial, producen el 20% de la contaminación en lo referente al calentamiento global” (Infante, 2007), inicia la producción del biocombustible a partir de la soya, creando también la Asociación Nacional de Biodiesel en 1992. Viéndose tremendamente fortalecido el sector agroindustrial por la Ley Energética de 2005, y que, a raíz del trágico atentado del “11 de Septiembre de 2001, la industria del biodiesel presentó un importante crecimiento, gracias a una serie de incentivos adicionales otorgados por el Gobierno Federal”, como lo muestra la figura 3. (Rueda & Marlyn 2013)
Figura 3. Biodiesel. Producción Mundial y de EEUU. 1992 – 2005[1] (Fuente National Biodiesel Board (NBB), F.O., Licht, Worldwatch Insitute)
Como resultado países en vía de desarrollo como Colombia, se verán afectados positivamente por el cambio hacia fuentes energéticas de carácter renovable y amigable al medio ambiente, en parte por fallas del mercado como; los cuellos de botella en la cadena de suministro de petróleo a países que dependen energéticamente de combustibles fósiles, como: Australia, China, Corea del Sur y la Unión Europea quienes ya han tomado cartas en el asunto, y han ratificado su apoyo al Protocolo de Kyoto. Mientras que, Estados Unidos “donde casi una cuarte parte de toda la energía consumida proviene de petróleo importado” (Infante, 2007), no ratifica su participación en el Protocolo, y fomenta y avanza en la producción de biocombustibles a partir de soya y maíz. Teniendo en cuenta las estimaciones de la Agencia Internacional de Energía que “en el año 2020 la demanda de energía será de 16.000 Mtoe (Millones de tonelada equivalente de petróleo) que corresponde a una tasa de crecimiento 1,7% anual en la demanda de la energía” (Departamento Nacional de Planeación, 2008), se perfila la biomasa como una de las principales fuentes de energía renovable y una posible solución integral a problemas que hoy enfrenta la humanidad, de manera que en un futuro “tanto los combustibles fósiles como los biocombustibles, puedan coexistir” (Alavalapati, 2012), pues como afirma el doctor Janaki R.R. Alavalapati, “el mundo no va en ese sentido para reemplazar el ciento por ciento del consumo de combustible fósil por biocombustible. Se trata de tener opciones y diversificar la oferta” permitiéndose que “la producción de biocombustibles se haga a precios accesibles para el mercado” (Alavalapati, 2012).