Para una gran mayoría, cuando hablamos de algas generalmente aludimos a aquellas presentes en el sushi, conocidas como Nori, o nos referimos al estorbo y picazón que se presentó en nuestra última visita al mar. Sin embargo, los esfuerzos recientes de múltiples científicos han demostrado el potencial de este organismo acuático.
Las microalgas son responsables por el color verdoso junto a la textura pegajosa que algunos cuerpos de agua poseen. Estas son pequeños organismos microscópicos que crecen prácticamente en cualquier recurso hídrico, generalmente sobre la superficie donde tiene acceso directo al dióxido de carbono (CO2) y a la luz del sol. Al obtener esta mezcla, las algas generan energía, la cual es almacenada en lípidos, que son el conjunto de moléculas donde se acumula el aceite que producen.
Se denomina ICMM (por sus siglas en inglés) el cultivo industrial de microalga marina a gran escala, el cual contempla la producción masiva de microalga con el fin de reducir la cantidad de combustibles fósiles, a través de suministrar biocombustibles de hidrocarbono líquidos. Adicionalmente, la biomasa restante tras la extracción de los lípidos (aceites), puede ser procesada para producir varios alimentos nutritivos, ya sean para consumo animal o humano. Sin embargo, ya existen productos que logran los mismos objetivos que el alga, tales como la soya y el maíz, entonces ¿cuáles serían los beneficios de esta nueva industria?
En primer lugar, la microalga marina no compite directamente con la agricultura por tierras fértiles, las cuales cada día son más escasas. En efecto, regiones donde la calidad del suelo es deficiente o extremadamente árida para los cultivos – zonas como el norte de México y África, el Medio Oriente, la Guajira o la Orinoquía– serían ubicaciones perfectas para el cultivo de este organismo a gran escala. Adicionalmente, al sustituir parte de la demanda por productos agrícolas como el aceite de palma y la soya, se podrá aliviar la presión sobre los bosques como consecuencia de la deforestación.
Segundo, la microalga como producto alimenticio demuestra un alto potencial. Según Moomaw, Berzin & Tzachor (2017), estos pequeños organismos son una fuente significante de omega-3, amino ácidos, vitaminas, minerales y antioxidantes esenciales en nuestra dieta Básicamente, la microalga no solo será una fuente para elaborar comida para el consumo humano, sino podrá remplazar el concentrado para animales de cultivo, ya sean terrestres o marinos.
Como he mencionado en publicaciones anteriores, un problema imperativo de la acuicultura tradicional radica en que la alimentación de los peces cultivados proviene de cebo elaborado por la captura de especies silvestres. Por ende, no se mitiga el problema de la sobrepesca sino se transfiere a otras especies. Por otro lado, utilizar alimentos derivados de la microalga para producir cebo para ganado, eventualmente podrá sustituir a la soya y el maíz, los cuales podrá destinarse para alimentar seres humanos en vez de producir alimentos para la industria cárnica
Tercero, además de no requerir tierra fértil, las microalgas son mucho más eficientes en la elaboración de alimentos y producción de combustible que sus antecesores. Según Charles Green – profesor de la Universidad de Cornell – “Podemos crecer microalgas para producir comida y combustible en solo 1/100 de la tierra que actualmente utilizamos para cultivar comida y cosechas energéticas.” Para producir alga que logre satisfacer la demanda actual de combustible líquido, se requeriría un área de 800,000 millas cuadradas, lo cual adicionalmente produciría 2.4 billones de proteína, aproximadamente 10 veces la cantidad producida anualmente por la soya a nivel global. Adicionalmente, Moomaw, Berzin & Tzachor (2017) investigaron la eficiencia de diferentes fuentes de amino ácidos en cuanto al uso de agua y tierra fértil, sobre el cual la microalga lideró los resultados.
En Colombia, la Universidad de Antioquia, la Universidad Nacional, Colciencias y Ecotec en el sector privado, están actualmente desarrollando proyectos con las microalgas en busca de funcionalidades para la industria cosmética, farmacéutica, energética, alimentaria, y hasta incluso para purificar el aire de Antioquia. Sin embargo, como menciona Lucía Atehortúa, coordinadora del grupo de Biotecnología de la Universidad de Antioquia, la falta de recursos son el principal obstáculo en el desarrollo de estas investigaciones.
Ahora bien, a pesar de todos los beneficios mencionados anteriormente, ¿por qué no hemos visto un incremento en la producción de microalga significativo a nivel mundial? Como toda innovación, el cultivo de microalgas no está exenta de problemas. Actualmente, múltiples compañías a nivel mundial están desarrollando métodos de ICMM, sin embargo, estos todavía no son económicamente viables. No obstante, la investigación y desarrollo de esta industria se encuentra en crecimiento. Según Mathias Kolle, profesor asistente del Departamento de Ingeniería Mecánica del MIT, el mercado global del alga se valorizó en $608 millones de USD en el 2015, pronosticando alcanzar los $1,143 millones de USD y un volumen de 27,552 toneladas en el 2024. Con base en lo anterior, el desarrollo tecnológico eventualmente permitirá la viabilidad económica de los cultivos de alga a gran escala. Posteriormente, se deberán iniciar múltiples iniciativas para comercializar este producto, lo cual va a requerir de capital humano de emprendedores y visionarios a nivel global, presentando oportunidades importantes a nivel mundial.
En conclusión, la industria de la microalga nos demuestra que existen soluciones a las crisis energéticas y alimentarias actuales. Sin embargo, su éxito depende significativamente de la cantidad de investigación y desarrollo que invirtamos sobre estas. Junto al progreso en otras ramas de la ciencia, por ejemplo, la modificación genética de organismos, cada vez tenemos más herramientas para asegurar la viabilidad de este tipo de alternativas. Por eso, es imprescindible buscar alternativas atípicas, tal como son muchos de los recursos provenientes del mar.
21 de febrero de 2018
Bibliografía
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