Las imágenes sobre los terremotos del Japón, los estragos del Tsumani que arrasó uno de sus pueblos –de los mejores preparados para hacer frente a temblores-, las explosiones en edificios de los reactores nucleares, el peligro de la desinformación producto de testimonios de expertos que se contradicen, en fin, la realidad de la vida en todo su misterio y drama.
El único país que ha vivido las consecuencias de la mayor explosión radioactiva en la historia de la humanidad y ahora a la puerta de otra –esta producto del empleo pacífico de la energía nuclear- cuyas consecuencias aún no pueden preveerse. Una sociedad y un pueblo paradigmático en organización y prevención sorprendido por la magnitud de las fuerzas de la naturaleza que enlazadas causan estragos inimaginados.
Toda la técnica, tecnología y ciencia cuestionada en su capacidad predictiva. Aunque no en su atención a la medición de las consecuencias de los fenómenos telúricos en cuestión, sus estragos económicos, sociales y hasta políticos. Se generarán toda suerte de interpretaciones sobre sus causas, se apropiarán recursos en porciones que significarán puntos del PIB para acciones humanitarias y de rehabilitación hasta dejar los pueblos y los campos mejor dotados que antes. Seguramente que con el tesón y trabajo del pueblo japonés, en una década todo estará recuperado.
¿Por qué esta alusión a una tragedia originada por fenómenos naturales, como antesala a la discusión sobre minería de páramo que se pretende realizar en Santurbán, Santander?
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La respuesta es la siguiente: Si bien existen situaciones en que las personas pueden volver su habitat a estados originales después de eventos naturales de gran magnitud –lo que seguramente se logrará en el Japón-, intervenir páramos no obedece a la misma lógica.
El Parque Natural Chingaza –páramo- albergó durante más de medio siglo una mina de caliza de empresas cementeras. Una vez agotada, dejaron la mina hace 20 años. Recientemente, donaron 2400 has al Parque Chingaza. Puede hoy no sólo observarse los estragos causados, sino el hecho que terminos como ‘recuperación’, ‘rehabilitación’, ‘restauración’ son eufemismos. Se trata de una biótica irremplazable. ¿Qué significó ello en pérdidas de ‘producción’ de agua? Será pronto calculable con exactitud.
Por eso el debate actual entre ‘oro y agua’ en los páramos es certero.
¿Qué hace la minería de cielo abierto en Colombia? No es necesario especularlo. Basta ver el Cerrejón, Cerromatoso y Drummond. El beneficio económico en regalías, empleo y otros indicadores no puede negarse. La incapacidad del Estado y de inversionistas colombianos en estos asuntos quedó demostrada en los dos primeros proyectos cuando aún siendo de iniciativa y participación accionaria de dicho Estado debió relegarla a sólo una participación en regalías.
Regalías que la institucionalidad precaria en esas actividades en el país deja bastante que desear. A lo que se suma que los recursos naturales susceptibles a la minería no son aún un asunto público en Colombia.
Es posible que, una vez esas empresas terminen su intervención por agotamiento del recurso que las llevó allí, su conciencia ambiental las lleve, en el futuro y por ejemplo, a construir grandes reservorios de agua. Sin embargo, sólo el balance entre reputación internacional de empresas ambientalistas y costos definirá esos proyectos de ‘ciencia ficción’.
Lo que no es susceptible de ‘ciencia ficción’ es el hecho que la vida, en todo su esplendor, complejidad, misterio y drama es frágil. Con todo y los grandes avances de la ciencia y la tecnología estos son sólo como unos pocos granos de arena de conocimiento en ese mar de realidad que es la vida. Hay que reconocer que cuando la ciencia y su empleo es soberbio son más los estragos que causan que sus bien intencionados y supuestos beneficios.