Hace muy poquito yo era joven… Nosotros, en cuatro municipios del departamento de Sucre, hicimos una investigación participativa sobre la posición, condición y perspectiva de los jóvenes frente a la capitalización rural juvenil. Miramos que a nosotros, a través de los medios nos venden todas las oportunidades de la vida: grandes universidades, grandes edificios y ¿Por qué no? el imaginario de la mujer 90-60-90, mona… que para nosotros los costeños… Muchas cosas que allá no veíamos pero que pesaba para que nosotros empezáramos a emigrar hacia la ciudad. Lo que realmente encontrábamos al emigrar a la ciudad es que los jóvenes de hoy son la fuerza bruta laboral, que las oportunidades que nos encontrábamos eran en las famosas rusas. Encontramos a los jóvenes tirando mezcla y no siendo una fuerza productiva decisiva en la ciudad. Ahora bien, ¿qué pasa? Eso lo que hace es que los jóvenes que estamos en la ciudad, cada sábado, cada domingo, nos sintamos solos, esa soledad nos lleva al vicio. Es entonces, cuando pasan tres o cuatro años, cuando por fin nos damos cuenta que la ciudad nunca nos aceptó. En ese momento decidimos emprender la vuelta a nuestros territorio y precisamente cuando regresamos, pretendemos encontrar la misma casita y nos damos cuenta que el hermanito creció y que los amigos que teníamos los hemos perdido.
Les dejo una reflexión, tenemos que generar a los jóvenes esas oportunidades que hoy están en la ciudad, pero tenemos que generarlas en el campo. Porque aun así, si los jóvenes hoy vienen a hacer una carrera universitaria, ni siquiera pueden aplicar lo que estudiaron directamente en el campo, porque el diseño de los currículos educativos está diseñado para que nosotros empecemos a trabajar con multinacionales, más no para que generen desarrollo desde nuestras comunidades, desde nuestras bases sociales, desde donde estamos saliendo.