¿Su olor no te evocó a la casa de la abuela, o a esas fincas en donde el pan se hacía lentamente y se horneaba en el horno de leña? ¿Alguna vez te ha impactado la forma y el sabor de los tomates? ¿El aroma de una buena rúgula? –amargo, fuerte pero realmente fresco. ¿Has experimentado comerte unos huevos y que la yema parezca el sol? ¿realmente amarillo y vivo?
Alguna vez tuve la oportunidad de conocer a una persona que me enseñó el valor que había detrás de los alimentos orgánicos. En ese entonces, mi paladar no se fijaba mucho si la lechuga sabía más o menos, o si los huevos eran más amarillos, grandes o pequeños. Para mí, ir a un supermercado era lo mismo que ir a un mercado gourmet. Para ser sincera, el tema no me interesaba mucho, y sí, evidentemente sabía que había una tendencia de la importancia de la comida saludable, de las oleadas de la era verde, pero me parecía que era una moda más y por tanto, mi actitud era indiferente. Fue solo aquel día, ese día que decidí aceptar la invitación de ir a conocer y empaparme de lo que había dentro de una huerta orgánica, de la forma como se sembraba, de la magia que había detrás de hacerlo, del color de la tierra.
Recuerdo el día que llegamos a la finca en las afueras de Bogotá. El día estaba soleado y el cielo azul de la Sabana invitaba a quedarse en el campo para siempre. Me puse unas botas ‘machitas’ y empecé a caminar la montaña hasta llegar. Había todo tipo de productos, desde uchuvas, hasta granadillas. Las lechugas eran gigantescas, no se sabía cuál era más grande que la otra. Alrededor había fresas silvestres y árboles de feijóas que le daban un aroma al aire realmente delicioso. Muy cerca, había un corral lleno de gallinas que no hacían más que cacaraquear, quizás nos estaban dando la bienvenida.
Los campesinos me explicaron que todo el diseño de la huerta funcionaba de tal manera que hubiera el mínimo desperdicio, por ejemplo, los excrementos de las gallinas se volvían compost que servía para re nutrir la tierra, aquello que se extraía de la huerta que no se podía comer se lo daban a las vacas y a veces a las gallinas, y así sucesivamente iban armando un cultivo auto sostenible.
Ese día viví el placer de almorzar con todos los productos sembrados en la finca, desde el pollo, acompañado con una magnífica ensalada que tenía una sinfonía de colores, hasta el postre hecho a partir de las uchuvas y las fresas. Esa noche, al llegar a mi casa, me pregunté si algún día podría alimentarme de productos orgánicos cultivados de una manera responsable por productores comprometidos, sin tener que desplazarme a una finca como la que había visitado.
Por coincidencias de la vida, llegué a conocer un emprendimiento que me interesó mucho, pues ese sueño que había tenido alguna vez, de poder alimentarme en la ciudad a partir de alimentos de huertas como la que conocí, era el que ellos me estaban ofreciendo.
El proyecto de emprendimiento se llama ‘Sembrando Confianza’, y su propuesta de valor es fomentar la agricultura urbana comprometiéndose con lo social, cultural y ambiental. El proyecto cuenta con un equipo de profesionales encargados de las instalaciones de las siembras, así como de ofrecer capacitaciones a todos aquellos que quieran ser parte de la agricultura urbana. Por otro lado los clientes; quienes reciben semanalmente mercados orgánicos de acuerdo a las tres canastas ofrecidas por la empresa y finalmente, la red de pequeños productores de la ciudad o de los pueblos cercanos que cumplen con una agricultura limpia y libre de químicos.
Un aspecto que me parece importante de resaltar, es el impacto social que el emprendimiento está generando. Por ejemplo, si un usuario del norte de Bogotá compra un mercado agroecológico, esto le dará un ingreso estable a una familia en el sur de Bogotá. Esto hace parte de lo que el proyecto llama ‘la creación de redes’; pues empiezan a existir intercambios de valor que están interconectados por un mismo núcleo.
La idea es que este tipo de conductas cuyas raíces se basan en los valores y principios del proyecto, se vayan expandiendo cada vez más para que la red sea aún más fuerte y su impacto sea mayor.
Lo anterior me hace reflexionar y darme cuenta que a partir de una idea de emprendimiento, pueden surgir una infinidad de actividades que pueden generar valor. En este caso, la agricultura orgánica nos demostró que, además de ofrecer calidad de vida, alimentos sanos, bienestar y salud, está cumpliendo con beneficiar a una comunidad grande de personas y, más importante, está sembrando un grano de esperanza para el país.
Fuentes
http://www.sembrandoconfianza.com/. (2016). Recuperado el 25 de 08 de 2016
Stella Arjona, cliente del proyecto.