En el hemisferio norte del planeta, estas capas representan el 24% de toda la superficie terrestre, y dentro de éstas hay cantidades gigantescas de gases invernadero – principalmente carbono y metano – almacenados durante todo este tiempo. Como resultado del cambio climático, estas regiones corren un alto riesgo de derretirse, lo que liberaría estas enormes reservas de gases invernadero, y desencadenaría un proceso incontrolable de calentamiento global.
El Permafrost contiene carbono, en forma de materia orgánica, almacenado por miles de años, durante los cuales las temperaturas se mantuvieron lo suficientemente bajas para mantener estos suelos por debajo del punto de congelación del agua. Sin embargo, el cambio climático causado, en su mayor parte, por la acción humana, ha generado que el hielo del Permafrost ya se haya empezado a derretir, liberando enormes cantidades de dióxido de carbono y metano – un gas 25 veces más potente que el CO2 en relación a su efecto invernadero – a la atmósfera. Estos son gases que ya se están emitiendo a la atmósfera como consecuencia directa de la actividad económica humana, pero la liberación de este carbono atrapado en la región Ártica podría acarrear consecuencias verdaderamente catastróficas.
Los seres humanos hemos producido, desde el inicio de la revolución industrial, 350 mil millones de toneladas de carbono como consecuencia de nuestra actividad económica. Por su parte, se calcula que debajo del Permafrost Ártico hay 1.85 billones de toneladas; más de 5 veces lo generado por el hombre desde hace 200 años. La liberación de esta enorme cantidad de gases invernadero, aunque sea progresiva, podría ser el verdadero punto de inflexión del proceso de cambio climático. A diferencia de otras fuentes de gases invernadero, como el uso de combustibles fósiles o deforestación, este fenómeno no es controlable por la acción humana; no importa cuántos esfuerzos por ‘energía limpia’ o reforestación se realicen, el hielo derretido no se puede volver a congelar, ni el carbono liberado volver a almacenar. Una vez se pase el punto crítico de pérdida de Permafrost, se generará un ‘feedback loop’ que acelerará dramáticamente el proceso de calentamiento global, al mismo tiempo que deja sin frenos a la especie humana.
La pregunta crítica es, ¿cuándo ocurrirá este punto de inflexión? El Ártico tiene una peculiaridad; según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés), sus temperaturas aumentan al doble que las del resto del planeta. Entre el año 1900 y 2016, las temperaturas del aire en esta región aumentaron 3.5°C. Para el año 2100, si las tendencias actuales de liberación de gases invernadero por acción humana se mantienen constantes, se calcula que esta cifra podría aumentar a entre 8°C Y 10°C, habiendo generado una reducción de hasta el 50% del área terrestre con Permafrost superficial para el año 2050. Para Charles Miller, investigador de la NASA, ‘’este escenario nos llevaría a una Tierra tropical, incluso en las latitudes medias y altas. Es algo tan dramáticamente diferente, que ninguno de nosotros [la civilización humana] ha experimentado jamás’’, lo que indudablemente traería consigo una catástrofe alimentaria global. Además, agrega que ‘’ [cualquier esfuerzo por mantener el Permafrost congelado] sería admirable, pero creo que ya estamos en camino a liberar una cantidad significativa de este carbono’’.
Las consecuencias ambientales de este fenómeno de calentamiento global son más que conocidas: aumento de los niveles del mar, desertificación de los trópicos, pérdida de biodiversidad, entre muchos otros. Sin embargo, Chris Hope y Kevin Schaefer, dos investigadores climáticos de la Universidad de Cambridge y la Universidad de Colorado, respectivamente, se pusieron en la tarea de calcular el costo económico del derretimiento del Permafrost. Agrupando los impactos sobre la agricultura, la salud humana, y otras dimensiones socioeconómicas, se computó el costo presente esperado (i.e. la cantidad que tendríamos que ahorrar hoy para contrarrestar las pérdidas generadas) en $43 billones de dólares, más del 57% del PIB mundial.
El pronóstico es preocupante, y requiere de acciones coordinadas e inmediatas por parte de toda la comunidad internacional, especialmente los países con mayor poder económico y político. Sin embargo, la responsabilidad está, a fin de cuentas, sobre nosotros: los consumidores. Si no ocurren cambios dramáticos en el corto plazo sobre nuestros hábitos de consumo, podremos vernos en unos pocos años impotentes ante un fenómeno que se nos salió de las manos.
Bibliografía
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